Hoy cuando volví a mis cabales, recordé por qué detesto embriagarme. Mis cuotas de tolerancia se expanden al máximo y acciones que repudio, me son indiferentes en ese instante de desdoble físico-temporal; es mi actitud y más que nada mi capacidad de ser inmóvil, de dejar de existir, lo que me apena y me avergüenza esta mañana.
La embriaguez y la ridiculez van de la mano. No me gusta perder el control y menos desatar lo que no se desata... la poca vergüenza y las actitudes indecorosas se vuelven banales, cotidianas y aceptables...tomamos la vida a la ligera y con eso le arrebatamos la preciada sutileza al segundo.
Es por ésto que hoy anhelo la paz; la suavidad del crepitar de la madera seca, extraño los pasos tambaleantes en la húmeda arena, el estremecer de emoción al imponerme frente a la ventisca marina, y encontrar el reflejo nocturno del mar... en unas pupilas ajenas.
Cuando hoy recordé y enfrenté al espejo... baje la vista y fingí olvido.
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1 comentario:
resaca y culpa...mala mezcla
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